Tatiana...

Tatiana, chiva de nacimiento
Fotografías y texto:
William Castaño Arboleda
“Wallace”


-¡Déle, déle! - …. -¡A la derecha, derecha! - … -¡suéltela toda! -, -¡Déle, déle! – Ahí… derecho… derecho… izquierda… ahí!!!! Todo atrás…. Suéltela… Ahí…! Bueno, no tan fácil es hacer que sea obediente, aunque con buen manejo de cabrilla es posible acomodar, en tan solo unos veinte centímetros libres a lado y lado, a este monstruo rodante que, como diría el abuelo, - dos y medio de frente por siete de fondo -.

6 llantas, (y la de repuesto que sirve como butaca a los del techo) hacen rodar esta máquina que a falta de ventanas, con piso y asientos de madera, suelen conectar pueblos embelleciendo y contrastando los verdes del campo de nuestra patria, patria que sin duda se ve reflejada en sus pinturas, así las figuras geométricas, los paisajes, las plantas y animales multicolores o simplemente el santo de su devoción, llegaron a cubrir la carrocería artística de un vehículo artesanal y que hoy recorre los caminos veredales de toda Colombia.

Gallinas, -dentro de su costal y con la cabeza afuera-, papa, panela, bultos de café, racimos de plátano o banano, yuca, marranos, maletas, niños, ancianos, señoritas, bicicletas –en el techo la cicla es tan amable-, muñecos, sombrillas, bolsas, el flaco y el gordo –ayúdelo a subir por favor- o hasta los más grandes corotos con papayera a bordo tienen cabida en esta nave. –Téngalo- grita el ayudante cuando algún pasajero se sube o se baja o simplemente la tranquilidad de quien va divisando el panorama se ve perturbada cuando suena el duro golpe del palo en la lata en la parte de atrás donde literalmente va colgado el ayudante, –¡Hágale! – grita el mismo.



La Turpial, La Reina del Oriente, La Pirinola, La Peliona, o Tatiana esperan pacientes el turno de partida entre once y doce con once, donde salen todas y empiezan su recorrido. Tan únicas y coloridas, esperan pacientes a que llegue la hora. Si la salida es a las siete y usted llegó a las siete y cinco, no encuentra rastro alguno. Su puntualidad hace que marque la diferencia entre los medios de transporte terrestres. –Váyase subiendo patrón que ya casi sale- dice uno de sus ayudantes. La Florida, la Bananera, Estación Pereira, La Bella, el Cedral. No queda recorrido alguno rural que no sea cubierto por estos monstruos del campo. Y allí, paciente como sus vecinas, está Tatiana, la reina de La Florida, aunque sus medidas suman diecisiete coma cinco metros cuadrados.



-¡HUEPA JEEE…!-


Tatiana se mueve a tracción de la tres azul, sí, la bola de billar número tres que marca el inicio de la palanca de cambios y su cuerpo hasta la base, cubierta del más fino y delicado traje de franjas blancas y tela de peluche que no puede faltar si de decoración y caché se trata. Es poco lo que se observa a través del parabrisas, claro que lo suficiente como para ver el camino. Las cortinas que adornan esas ventanas de vidrio, los únicos dos vidrios que posee, están adornados de cenefas tejidas, como si se tratase de aquel oficio pacienzudo de la abuela cuando empuñaba sus agujas de maya, (de las mismísimas tejedoras) y nudo a nudo armaba tejidos que ninguna máquina moderna puede imitar.

Aunque sea modelo 80, no lo parece, ya que su apariencia y estilo nos emocionan al sentir que estamos es sobre un vehículo nuevo. Una calcomanía de los Rolling Stones al lado de su equipo de sonido, de panel extraíble y la mejor marca que lo engalana, se contrasta notablemente al escuchar aquella música guapachosa que de sólo pensar en el carnaval interno que allí se vive se eriza la piel y el ritmo se introduce en nuestro cuerpo haciendo que espontáneamente se salga un grito de esos prende rumbas: -¡Huepa Jeee…!-

Aunque hay chivas cuyos antepasados fueron viejos camiones, furgones o hasta pequeños dobletroques, Tatiana es chiva de nacimiento. Su dueño la bautizó con este peculiar nombre más humano que mecánico. Posee un único conductor y un ayudante. Sus recorridos diarios, varían. Todo depende de la empresa que la programa, o más bien programa a su conductor. Puede con 100, aunque en una convención de cafeteros se montaron 138 personas, claro, abajo 52 bien acomodados y en el capacete?



… Y SU PONCHO TIRO FIJO


El piloto de esta gran máquina rodante, aunque sólo le faltan unos dos centímetros para que su panza toque el timón, ha enrutado esta hermosura por más de 20 años. Es Alberto, aunque su ayudante por respeto le dice “don”. A las 5:00 de la mañana Tatiana recibe su primera enclochada antes de partir hacia la empresa a coger ruta, claro, después de pasar la noche en el patio de la casa de su conductor, ahí en la bananera cerca de La Florida. Con sueldo mensual fijo, llavero Café Sello Rojo igual que el color de su reloj que adorna su antebrazo, voz pausada y poncho limpiasudor colgado en su hombro al mejor estilo Tiro Fijo, este guía del transporte veredal emprende su viaje en su máquina atestada de gente que dispuesta aguantar en sillas que nada tienen de suaves ni ergonómicas, un recorrido que lo lleva en sólo 45 minutos desde el centro de Pereira hasta La Florida y por sólo mil cuatrocientos pesitos, ahh, tranquila señora que se evita el paso del niño por debajo de la registradora, si lo lleva cargado hasta puede que no pague, todo depende del ánimo y que le caiga bien a la persona que cobra los pasajes. Porque don Alberto, con sus ojos verdes como el colorido de la carrocería de su nave, lentes y manos gruesas, está muy ocupado con el voleo de su cabrilla: gira una y otra vez este gran timón que nada tiene de hidráulico ni de pequeño, casi medio metro de diámetro.



Él, con gorra de los Yanquis de New York, y ella, rubia, cabello rizado y con cara diminuta cual muñeca Barbie, son sin lugar a dudas los hijos de Don Alberto. Se suben a Tatiana en La Bananera para ser llevados hasta La Florida o El Cedral, bueno, al fin y al cabo es un pequeño paseo que se dan cada vez que su padre tiene esta ruta. Sus ojos, teñidos del mismo color como los de su progenitor, son testigos de esta gran travesía que emprende su padre desde tempranas horas en la mañana cuando los despide con un beso mientras ellos apenas se despiertan para ir a la escuela. De vuelta, el rostro de aquella pequeña rubia es adornado con una sonrisa cuando su padre le da mil pesos, los mismos mil que llegan cada vez que se escucha aquella corneta trinar en este mismo paso.



GIGOLÓ DE PROFESIÓN


-“Mil cuatrocientos y ojalá los tenga sencillos, señora”-. Eliécer es su nombre. Su temple y valentía para sostenerse con una mano y a veces sólo con los pies al borde de la chiva mientras se encarga de cobrar lo ha llevado a ser respetado entre los de su gremio. Sus más de tres años con Don Alberto, su patrón, y su gran agilidad para ejercer su labor, lo han ido posicionando en este medio de transporte, especialmente lo han llevado a ser reconocido por aquellas personas de género femenino que han sido alguna vez atacadas por su desborde de simpatía, su seductora sonrisa y sus mejores tácticas criollas de conquista cuando de obtener si quiera un gesto o al menos un número telefónico se trata.



-“Uy niño, no me desee eso”- responde este personaje que lleva por nombre Eliécer, cuando alguna persona sorprendida por su agilidad para moverse dentro y fuera de este vehículo en movimiento le pregunta: -¿Usted se ha caído alguna vez?- Eliécer es a la vez, la registradora humana. Lleva la cuenta de cuántas personas van, cuántas han pagado por cada fila, cuántas no han pagado –“Tranquilo patrón que ya le devuelvo” – si está de buena fe, hasta le puede hacer un descuentico, especialmente si van en grupo grande y en el techo. Es la mano derecha de Don Alberto. Mientras él conduce, aquel gigoló se encarga del resto, ah, -“y no se preocupe mi seño que si llueve, bajamos los vidrios”- bueno, aquel cuero negro que hace las veces de vidrio y polarizado por si las dudas.



UNA ELLA PARA DOS


Tatiana es testigo del día a día que trascurre en medio del campo, los caminos veredales, los trancones de la ciudad, las subidas y bajadas de personas en su capacete o techo, corotos, niños y cuan cantidad de cosas se le ocurra; música, silencio, regocijo o calma; amigos, familiares, extraños ejecutivos y desconocidos, zapatos, costales, bultos y hasta animales sin pagar ningún tipo de impuesto.



Aunque nunca se ha estrellado y cada vez quedan más pocas, Tatiana se niega a desaparecer. Su presencia seguirá haciendo parte del imaginario colectivo del pueblo Colombiano como digno representante de su transporte primario.

Chiva o bus escalera, como la quiera llamar, Tatiana siempre será. Su punto de partida: entre la once y doce con once.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

q buena energia para contar estas cosas tan populares nuestras como es la chiva, pero q para nosotros es toda una aventura subirnos a ellas.
wallace lo felicito de corazon por estas historias tan bien contadas...
su primo EL DUENDE..

Unknown dijo...

super chevere esta historia, en realidad me alegra mucho que alguién como vos exalte de esta forma cosas tan nuestras. Muchas felicitaciones.. Un abrazo. Aura.

gerardo betancur dijo...

Hay que recordar que esta fue de las primeras crónicas escritas por Wallace como estudiante de comunicación social y que mereció nuestra felicitación en la U. Eran otros tiempos de la U pero el comienzo de un excelente narrador y cronista. Adelante.