Lo llevo barato a Panamá…
¡Hábleme sin miedo que yo le hago esa vuelta!
Nelson, pequeño habitante. Respira aire fronterizo.
Enero 13 de 2008, hace un mes que no te miro, tararararararara, hace un mes que no te abrazo, tararararararara.
-Lo llevo barato a Panamá. Hábleme sin miedo que yo le hago esa vuelta- Fueron las primeras palabras de bienvenida que escuché apenas toqué suelo firme a eso de las 4:30 de la mañana cuando aquel bus de cuya empresa de nombre muy creativo: “Gómez Hernández” me dejó en medio de la nada y luego partió. En medio de la nada es una calle normal transitada las 24 horas del día como muchas otras de esta ciudad, ya que no hay terminal de buses oficial. La voz del ayudante del bus me confirmó lo que mis ojos ya percibían a través de las ventadas: el fin de un viaje de 9 horas desde Medellín a través de una carretera marcada metro a metro por avisos que decían ZONA GEOLÓGICA INESTABLE, carretera de dos carriles que parecía de uno y a veces hasta de ninguno; Gritó: -Los de Turbo-. Bueno, solo éramos dos.
En su orden: San Jerónimo, Santa Fe de Antioquia, Cañasgordas, Uramita, Dabeiba, Mutatá, Chigorodó, Carepa, Apartadó y finalmente Turbo, tierras tatuadas por la violencia histórica que las invadió… y la verdad, aunque en el ambiente se respira un aire de quietud, no es de tranquilidad total y menos cuando no son ni siquiera las cinco de la mañana y en una esquina yacen los cuerpos con vida y llenos de temor de dos personas del interior, de color de piel ajeno a los propios, con el equipo de viaje en la espalda, (cámaras fotográficas, cosas de camping, espaguetis y unos cuantos huevos y atún) y más cuando lo que está más allá de sus narices es totalmente nuevo y nunca percibido por sus retinas. Seres desconocidos que desconocen su destino a corto plazo, a cortos minutos.
-¿Va va va pa pa pa para Cacacapurgagaganá?- me dijo aquel viejo arrastrando su carreta –el pu pu puerto ya ya ya se es es está llenando- Apenas le “cojí” el tiro le entendía claramente cada palabra que con dificultad pronunciaba durante las dos cuadras que me separaban de aquella esquina hasta el puerto que ya tenía una cara más familiar: pescadores, turistas, un policía (y eso que todavía es de noche). Cuando apenas el reloj marca las 6 am, “Chivolo” empieza con la venta de los pasajes, que por tan solo 49 mil pesitos y sin rebaja, lo llevan por el fascinante mundo del -deporte extremo de Turbo- atravesando el golfo de Urabá: el transporte en panga (lancha). Una pareja de argentinos, dos gays, unos cuantos niños, familias “comepollos” o “ñolsongas” y una señora que de tanto renegar no sabía que el mar le tenía preparado la expulsada del desayuno y hasta más, son los ingredientes perfectos para zarpar hacia nuestro destino y si a esto le agregamos otra sustancia, el mal olor a agua estancada cubierta de basura y cualquier cantidad de desechos que componen el puerto, hacen que el inicio de esta travesía, no sea para nada alentador, al menos para las 35 almas que hombro a hombro y con chaleco salvahogadas, esperan con ansias que el “capitán” (chofer de lancha o lanchero) empuñe su mando y de inicio a este par de motores que nos llevan como cual parque de atracciones se tratara. -Asiéntele pues la chancla a esto papito- grita un turista paisa comepollos o ñolsongo. (En la segunda parte encuentra el significado popular de éstas dos palabras)
Después de interminables dos horas y media, de revolcones, de agua en la cara (de mar o del sucio Río Atrato) de grandes saltos, de temor a ser lanzado por la borda o vomitado por el vecino, se llega a la región del Cocó-Darién-Caribe, municipio: Acandí, corregimiento: Capurganá. Los rostros de los viajeros no son los mejores ni tampoco lo es las pequeñas bolsas negras que sus dedos sostienen y que buscan con afán donde dejarlas.
Capurganá: En sus calles polvorientas se siente un aire fronterizo. De los transportes contaminantes de motor, en el pueblo solo hay uno: Una moto Pequeño habitante de Capurganá.
De los pocos niños que hay allí, o al menos de los pocos
que se dejaron ver por el lente de mi cámara.
Calor, pescado, y hasta carne de guagua si quiere.
Evite la lancha si tiene dinero, se puede llegar también por vía aérea.
-¿Bahía el Aguacate, donde es eso?- -“pues la verdad a mi ni me pregunten, solo sé que desde Turbo una lancha lo lleva hasta allá, solo sé que es el paraíso”-. Es a una hora a pie desde Capurganá, pero pilas, antes de llegar, hay que decirle al “capitán” que lo desembarque ahí, claro, si está de buen humor él y el mar, en este caso, eran las aguas alteradas las que dijeron, no!
Un viejo y pequeño muelle nos recibe en su plataforma corroída por la salinidad al igual que aquel par de policías que registran cada nombre de quien pisa terreno chocoano con aliento panameño. Un paso, dos pasos, tres pasos, mucho calor, demasiado calor. Otra vez la frase -Lo llevo barato a Panamá. Hábleme sin miedo que yo le hago esa vuelta- “No viejo, gracias, voy pal Aguacate”. Diez minutos de descanso, un poco de agua y arranque mijo que el camino es largo, al menos desconocido si es. Solo las huellas en la arena de dos personajes pereiranos venidos desde muy lejos es el rastro que queda al caminar paralelo a un mar que nos demuestra su ira con sus inmensas olas imposibles de abrazar.
Una ola imposible de abrazar,
otra ola imposible de abrazar y
nuevamente otra ola imposible de abrazar.
¿Que 40 minutos hasta el aguacate? ¿Está seguro que esa cuentica la hicieron teniendo en cuenta que se camina como a 40 grados bajo el sol y sin sombra y con un maletín de unos 15 o 20 kilos al hombro? Pues la verdad fueron casi dos horas… Bueno, disfrutando igual cada lugar que se observa en el camino, playa, arena, piedras, árboles, palmeras y el llamado “orgasmo”… pero tranquilo, es solo una pequeña montaña (paso obligado) que se sube con mucha dificultad y ya se pueden imaginar lo que se siente al estar parado en su cima.
Verde y azul… ¿acaso no relajan éstos dos colores? ¿Y tan juntos?
Bahía el Aguacate, por fin ante mis ojos. De aquí solo restan unos 10 minutos hasta la casa de Esteban, “La Caracola” nuestro destino. Como dice la canción: Playa, brisa y mar. Y como dice mi tío en cada paseo de olla al borde del río: ¡Ahh, esta es la vida que yo me merezco!
Así como sus calles no conocen el pavimento, sus playas no saben lo que es ser feas
y el color del mar no sabe que es tener otro color
que no sea el azul, puro azul.
Vista hacia Capurganá cerca a la Bahía el Aguacate.
Capurganá y Bahía El Aguacate, un paraíso por descubrir.
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En este planeta hay pocas cosas gratis: escribir y El mar. El mar es suyo.
CONTINÚA PARTE II...
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